viernes, 26 de septiembre de 2008

El Viaje

Van, vienen. Diferentes personas pasan. Están los apurados, los lentos, los indiferentes, los nerviosos, los que buscan, los tranquilos, la lista es amplia.En la vereda de un pueblo el observador se encuentra con una importante variedad de seres que arrastran diferentes emociones.Tal vez nos pasa desapercibido usualmente por ser unos de los distraídos. Eso si, el día que pertenezcas al grupo de los observadores vas a sondear una paleta de estados increíbles. Lleva sólo unos minutos, alcanza con una mirada. Podrá con ello desenrollar una historia que se convertirá en nada o en la mejor de todas.El merito será suyo o de su fantasía, o bien consecuencia de lo que absorba. Sin duda que será intenso.Aquel día era de primavera, imborrable provoca esta nota, época de exámenes. Nervios. Viajaba hacia la Facultad. En lo que sería un muestreo de la vereda: el colectivo de línea urbana.Algunos pasajeros seguían compenetrados, otros relajados miraban el exterior. Unas mujeres conocidas entre ellas entregaban risitas al ambiente. Queriendo salir de mis nervios, practiqué la rutina de observador de rostros.La experiencia aconsejo comenzarla haciendo un paneo general, ese día algo me atrapó inmediatamente, había una mirada que se perdía en el trajín del desfile de objetos, pasaban conformes al avance del transporte. La capté a medias y como una rotonda de pensamientos supuse que estaba enamorada o que recordaba…tal vez extrañaba.No sabía por cual optar, intenté concentrarme un poco más. Necesitaba encontrarle el sentimiento. Cerré los ojos por un instante.De pronto su angustia me invadió, sufría…El ya no estaba, lo extrañaba. Intentaba recordarlo. Creía escuchar su voz, pero no sonaba…temía olvidarla. En sus laberintos todavía quedaba algún “Te quiero” errante, sin destino vagaba sin salida.Una frenada brusca me sacó la atención. Abandoné su desolación, pese a que escuchaba el corazón abatido.La ansiedad del chofer se sentía, faltaban muchas horas para su día de descanso. Su juventud no enervaba la agitación.De pronto mi atención se concentró en el futuro pasajero, que ya tenía un pie en el colectivo. En ese instante una voz que nunca llega a nuestros oídos frena el ascenso. Lo detuvo, fueron segundos lentos, intensos para varios de nosotros. El chico vuelve su mirada hacia atrás respondiendo, el colectivero saca el cambio del motor intuyendo el momento.Ella angustiada se toma un descanso y se concentra en la situación junto conmigo. Inmediatamente la voz del padre se repite, llega a nuestros oídos: “compórtate bien”, era un pedido distendido. El hijo abandona el colectivo y sobre sus pasos vuelve. Abre sus brazos y con ellos rodea a su protector… se sintió, era amor, agradecimiento.La angustia y la ansiedad de los extraños se evaporaron del ambiente. Había amor, radiante. El padre sorprendido sabiamente cerró los ojos y gozó. Todos gozamos. Inmediatamente el joven subió al colectivo y de rodillas en el asiento por la ventana clavo su mirada en el padre, el lo amaba y el hombre en la vereda no salía de su estado. Había un pacto de amor, indisociable.En coro suspiramos, el motor arranco su marcha y los sentimientos individuales recobraron. El colectivero y la ansiedad, ella y la angustia, ahora un poco nostálgica se expresó con una lágrima. Pues ella entendía lo que había sucedido. El abrazo, el “Te quiero” íntimo propinado, era lo que la hubiera curado.Ese momento único nos reforzó la idea de aprovechar cada instante para demostrar lo que sentimos. Fue sólo eso, un momento especial. Usted no espere por el, adelántese y dígalo. Abrace puede ser una de las últimas oportunidades. Ella sin saber todavía de estas palabras comprende lo que digo.

Fecha de publicación: 13/03/2006

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