jueves, 5 de noviembre de 2009

Tesoro de familia

La campana determino el comienzo del descanso. Todos al unísono acomodaron algunos elementos dispersos apenas en el banco y varios disparados a la carrera buscaron el exterior.
Por una cuestión de peso dejó pasar a los mas grandes, pues era un integrante de 1° grado de los menos arriesgados, la maestra los observaba desde el escritorio sin mirar. El niño no quiso correr en su presencia, ella había hecho un gran esfuerzo en la clase y hacerlo era decirle que lo suyo no valía. Sin buscar una mirada de agradecimiento enfilo mirando el piso.
El delantal un talle más grande, espléndidamente blanco apenas le dejaba ver la punta de las zapatillas. Llego a la puerta y pese que afuera ya se armaban los juegos que tanto disfrutaba de costado vio algo que le cautivo.
Al final del pasillo pudo ver, ya detenido y olvidando el murmullo del patio, un mueble de dos puertas con vidrio y cortinas marrones. Le llamo la atención, pese a estar en un tenebroso rincón, lejano, sentía una atracción inevitable.
Dio unos pasos en su dirección como dudando y en un momento se paralizo. No pudo generar un solo avance, desde adentro del mueble un tigre lo miraba desafiante. Sus ojos penetrantes parecían pedir algo. En un instante sus parpados bajaron coordinadamente, una acción plenamente estudiada, sin errores, armonizado para luego volverlos a levantar. Un pequeño movimiento de sus bigotes parecía indicar algo y bruscamente en centésimas desapareció detrás de las cortinas marrones.

No conocía esa área, estaba camino contrario al recreo donde jugaban sus compañeros. El mueble gobernaba el sitio inexplorado, ahora lo tenía al alcance de su mano. Nada se veía, el tigre no volvía, la cortina marrón era inescrutable, y la intriga crecía al igual que el miedo.
Observo que la puerta estaba con llave y la misma puesta en su ranura. Acerco su cara al vidrio para mejorar la visión hacia el interior y la cortina cedía poco a poco. Parecía divisar algo, con una mano hizo sombra a su mirada. Ahí estaban, eran lomos de libros puestos ordenadamente. Apoyo su nariz al vidrio para ver mas y de algún lugar detrás del vidrio la cara de un aborigen se le planto con la mirada fija en el. El espanto por la sorpresa fue tal que el niño perdió el equilibrio y cayo de espalda para quedar sentado en el piso.
¡Leandro! Creyó sentir pese a que el aborigen no dejaba de mirarlo desde adentro, el niño estaba muerto de miedo.
Leandro… reitero la maestra mas suavemente mientras lo reincorporaba. ¿Que haces acá? No te fuiste a jugar…
La miro sin decir palabras, le indicaba con el dedo extendido al aborigen que observaba provocador detrás del vidrio. La maestra sin mirar al mueble lo ayudo a levantarse.
¿Nunca te conté de este lugar? Sabía que algún día íbamos a estar en esta situación… porque te gusta leer y algún día escribirás.
Por un momento dejo de mirar a la maestra para buscar al aborigen de mirada penetrante pero ya no estaba.
La maestra giro la llave y ante los ojos del niño apareció detrás de la puerta gran cantidad de libros. Anchos, pequeños, amarillos, viejos, con títulos dorados, azules, muchos libros.
Ella esa mañana eligió por el, fue la única vez. Le entrego un par de libros muy usados, pronto supo que de ellos venían el tigre y el aborigen. Las aventuras escritas por Emilio Salgari invadieron el mundo del jovencito.
Tiempo después llegaron el Cid, el Rey Arturo, la Iliada y la Odisea, Garibaldi, las leyendas de Aborígenes Americanos, Marco Polo y más. Esta vez, cada uno, él los fue eligiendo consumiendo a cada uno no sin antes participar directamente en cada aventura saliendo casi ileso.

Un tiempo atrás en mi escuela de campo, todavía recuerdo, descubrí retirado a un rincón un viejo aparador con puertas vidriadas y cortinas marrones.
Leer. Que pena no haberlo hecho mas todavía, soy un lector practicante pero nunca es suficiente.
Pocos libros pero algunos tan movilizadores, sin duda que ellos son recibidos según el momento que transcurrimos y de allí nuestro recuerdo o el olvido. Creo que llegue a exagerar cuando la Biblia no era suficiente y me encontraron leyendo un libro de Mormones, más interesante desde la ficción que la anterior.
Revistas y libros fueron abiertos, algunos olvidados. Una revista en el camino hecha con grandes amigos, un producto noble y nuestro que algún día volverá a la calle.
Pero había un libro que me movilizaba pero era intocable. Uno que recuerdo entre varios que recorrió parte de mi vida.
En lo de mi tía Eva, muy alto descansaba un hermoso libro brilloso. Y de tan caro que era no se tocaba, pensaba, pero viendo mi mirada alguna vez Eva lo bajo y me lo mostró. Tapa dura, hojas gruesas, fotos inolvidables.
Fascinado no paraba de mirar las ilustraciones varias que tenia. Los títulos disparaban mi adrenalina pero su extensión era tal que no había tiempo suficiente para abordarlo y ahora me doy cuenta que tampoco hubiese tenido suficiente comprensión. Era un libro para gente adulta. Un libro que contenía tanta información que cautivaba inclusive a los de mi edad. Aquella vez fue inolvidable y algunas veces más volvieron a bajarlo ante mi insistente pedido para recorrerlo con la mirada y el tacto, fue la última vez que lo vi.

Mi gran problema fue que leer era lo esencial e iba en contra de los intereses del grupo que conformaba en ocasión pues todos pretendía jugar y como aquella vez que quede fuera de los juegos del colegio luego sucedió de igual manera con mis primos, con mi hermano Julián, con mis amigos Valentini. Y ahora Laureano, mi hijo, me exigieron antaño y me exige renunciar el ahora a la lectura. Los juegos aguardan y yo peleando internamente por la elección.
El tiempo corre y dejo que algunos minutos sean para jugar pero muchos mas para leer. Recorro infinidad de temas pero termino disfrutando las historias de mujeres o aquellos libros que se parecen a aquel libro de mi tía.
Un día, hace poco, que jamás olvidare me la cruce y luego de charlar un momento se levanto y volvió con el libro que tenia el mismo brillo de hace años y me lo presto. Intente salir de la sorpresa y solo atine a darle las gracias y a decirle que lo cuidaría para alguna vez prestárselo a otro loco de la lectura en la familia. Eso es un tesoro, será para Paloma, para Tais… quien sabe.
Hoy ya lo leí dos veces y no veo la hora de que sea una vez más. Es como creía maravilloso, revelador, inquietante.
Ah,… el libro se llama Cosmos escrito por Carl Sagan y no lo presto.
Porque como digo es un tesoro de familia.

jueves, 23 de julio de 2009

Yo soy II

“dicen que el hombre no es hombre, mientras que no oye su nombre, de labios de una mujer. Puede ser”.

La anécdota se repite, la familia reunida desprevenida es testigo del comienzo y poco a poco voy quedando solo junto a la cuentista.
Cuando se aproxima mi cumpleaños, cuando la nostalgia invade la sobremesa, o solo para recordar lo que probablemente ha sido un momento feliz de mi mama Consuelo completa con las mismas palabras cual grabación cada etapa previa a mi nacimiento.
Ella detalladamente me reitera como fueron los días previos a mi nacimiento.
Lo extraño es que le pifiaron con la fecha tentativa de venida y la espera se convirtió en semanas internados. La expectativa existió aunque no era el primer nieto, si el primer hijo.
Fue para el año 1974, un seis de Junio, parece que próximo a las dieciséis horas por parto natural el Dr. Martín junto a (una sola) la enfermera Nieves, el pediatra José Maria y afuera mas nerviosos mi papa Rubén, mis abuelos “Morocha”, Adela, Benito y Reynaldo.

Las opciones de nombre variaban en Lucas o Cristian, Leandro como 3º opción sin chances. Por suerte no nací en los tiempos donde Roma era la capital del mundo. Entre la plebe y los esclavos de la época era frecuente para denominar a los hijos la simple enumeración según el orden de nacimiento. Primus, Secundus, Tertius y al último Firmus que significa: me paro.
Finalmente tras asociar los nombres que tenían más posibilidades con personajes locales con desilachada fama, por descarte me pusieron como nombre de pila Leandro. Tradicionalmente se lo denomina así al nombre porque se impone en el momento del bautizo, como nombre de pila, en referencia a la pila bautismal. A mi me bautizaron como a los ocho años por insistencia de una abuela. Que extraño me sentí cuando un cura me tiro vaya a saber que cosa en la cabeza, que acto injusto cometido al no tener en cuenta que podía pensar al respecto.
Para ser sincero mi nombre es compuesto: Leandro Rubén.
En España del 1600 surgió la costumbre de los nombres compuestos. En los tiempos de Juan Carlos I se puso de moda y cientos de años después Latinoamérica sigue traduciendo el modelo.
Que nadie se sienta mal pues los españoles tiempo atrás adoptaban nombres germánicos porque daba cierto realce social. Ligados a la entrada en la península de los visigodos que rápidamente constituyeron parte de la clase dominante. La superficialidad siempre existió.
Los pueblos celtas y germánicos señalaron en sus nombres las virtudes relacionadas con el mérito guerrero y extendieron este tipo de nombres por Europa durante las invasiones bárbaras del siglo V.
A los pocos años de vida mi querida tía Graciela me apodo como no podía ser de otra manera Titi. Algo que no sobrevivió por mucho tiempo. Mama Consuelo se aterraba que sobreviviera tal apodo, todavía lo recuerda.
En el Secundario mis compañeros y amigos me reconocían como Calvin por ser portador de un pantalón de la marca en cuestión. Esto prevaleció durante mi adolescencia y lo adopte a regañadientes para luego con los años convertirse en mi denominación en el pueblo.
El apodo es aplicado a una persona, sobre todo en los pueblos que se trasmite inclusive entre generaciones. A diferencia del sobrenombre que es un nombre calificativo que se añade al nombre de la persona. Bien podría haber sido Leandro “el cabezón”.

Algunos maestros nunca supieron llamarme por mi verdadero nombre y me decían coincidentemente Leonardo, o su diminutivo Leo. Sospecho que hasta con cierta malicia se habrían complotado para borrar mi identidad que nunca debió cambiar de Lucas a Leandro.
Ya de mas grande alguien me dijo Lean y me gusto como sonaba pero poco apoco el nombre Leandro empezó a ganar terreno. Ya en la actualidad producto de mi edad y por la formalidad del trabajo anunciarme con mi apellido parece cobrar fuerza definitivamente.
Nunca tuve un alias, esto equivale en latín a por otro nombre. Se antepone al sobrenombre con el que se es conocido. Lo que podría ser para satisfacción de algún profe del secundario “Lucas” el “Leo”.
Y por ahora creo no será necesario un seudónimo que para aclarar es el nombre empleado en lugar del verdadero para ocultar la identidad.
Ese soy, un tal Leandro Rubén que vivió en Indio Rico pero ahora desanda su historia por Tandil. Si este momento fuese la Edad Media, no solo que no tendría un blog, mas que todo por la ausencia de electricidad, bien sabido es que las computadoras ya existian... sino que usaría únicamente el nombre de pila y debería adoptar una indicación relativa al lugar donde vivo, al trabajo que realizo, o a cualquier otro rasgo característico. No me imagino como Leandro de Tandil, por suerte adopte el apellido de mi papa siendo ya la sexta (exagerando tal vez) generacion criolla.
Mi nombre: Leandro, una breve salida de aire que combinan con las cuerdas y surge un significado con tonalidades según quien lo escuche. Un acto simple que revela recuerdos, para otros la nada, para pocos silencios, para algunos desconozco. ¿Pensaste que provoca tu nombre en algunas personas?
Antonio Machado puso la voz de alerta en mis pupilas con dicha frase:
“dicen que el hombre no es hombre, mientras que no oye su nombre, de labios de una mujer. Puede ser.
Pues digo: Que daría por volver a escuchar de tus labios mi nombre. ¿Podrá ser?

jueves, 25 de junio de 2009

El Perro

Esta es una simple historia sin comienzo ni final. He sentido la sensación de tener que expresarlo. Fui testigo de cómo un ser expresaba inocencia y extasío ante la novedad.
Se trata de un perro. No me conoce, parece que nuestro encuentro fue fortuito.
El, parece macho, tiene un pelo largo marrón, con collar blanco. De cuerpo bien proporcionado, los ojos pequeños y las orejas altas y plegadas. La cola larga y peluda, quiero decir con esto que era un perro estupendo.
Era ya una noche serena de otoño completamente estrellada. Escuchaba música y viajando a mi casa pretendía relajarme después de un día de trabajo. Y lo vi.
Ahí estaba sentado esplendido, con su mirada fija en algo que lo abstraía.
Habían pasado ya varios días de unos trabajos de remodelación de la vía de acceso que tomo todos lo días. Nuevos carteles, asfalto bien oscuro, semáforo intermitente para ingresar en ella, líneas refractarias. Trabajaron rápido y ruidosamente pero todo quedo perfecto.
Y por allí circulaba esa noche e imprevistamente me lo encontré. Fueron centésima de segundos en que lo vi. El no me registro pero su momento me impacto. Quedó en mi retina y circundó mi cerebro por varias horas.
Como cuento, apoyado en sus patas traseras luciendo su cuello impecablemente blanco y la mirada en alto. Atónito registraba la intermitencia del nuevo semáforo con su luz amarilla.
El solo. Sentado en el medio de una ruta ahora solitaria impactado, en la oscuridad interrumpida por el reflejo que daba en su cuerpo, que brillaba en sus ojos. Increíblemente el centelleo de la luz que lo cautivaba se repetía sin parar. Solo para el una función teatral única, un regalo, un recuerdo tal vez.
Su mirada era encendida sin duda misteriosa. Sentado en medio de la vía contraria mirando…pensé que disfrutando. Nada importaba, el parecía complacer un sentimiento guardado. La noche solitaria y calma lo cobijaba. Era el y sus pensamientos. Yo fui testigo y me sentí afectado.
El con su figura extraordinaria, desafiante e inocente ante la novedad lumínica se dejaba trasmutar y recorrer vaya a saber que recuerdos. Pasaban los minutos para el y nada importaba.
Algunas otras noches volví a pasar con la esperanza de verlo. Ya no estaba ahí. Y cada noche paso y espero verlo y sigo, pero quedo.

lunes, 1 de junio de 2009

Prejuicios

Los rayos no dan tregua, recorren cada piedra, cada pared y traspiran, reflejan más rayos. El verano en la sierra esta muy fuerte y en la piel se siente con agobio. Ya para las horas en que me dispongo a caminar el sol se esconde entre los edificios.
La gente arremete en sus incursiones aprovechando que el aire se refresca algo, esquiva cada resto de luz en la vereda.
El pueblo casi ciudad crece, es mi primera impresión. Hace un tiempo quizás una década el ritmo parecía diferente, no estoy seguro. Al menos los autos eran menos, los comercios y las mesas de bar en la vereda eran escasos. Se desarrollaban veranos apacibles. La menor población y vacaciones prolongadas de algunos en la costa vaciaba las calles empedradas.
El sol radiante intenta atrapar los transeúntes que afloran en las sombras. Se escuchan, los labios se mueven, las conversaciones son paralelas, los temas diferentes se superponen. Nadie escucha, todos hablan.
Avanzo sobre la vereda, dudo sobre las baldosas flojas. Cada mucho atravieso grupos que se han parado a verse, se conocen, no se miran a los ojos.
Cada cual viste igual a su par, ejércitos de diferentes batallones.
El pueblo que crece a ciudad, sin interrupciones, sufre otro día de alta temperatura. Cuesta que se formen las tormentas, este verano propone el calor de tal manera que se siente más intenso en el centro comercial, los edificios auspician de reparo y la isla de calor agobia a los transeúntes.
El Sol baja y la gente arremete en sus incursiones consumistas aprovechando el aire fresco del atardecer. Las figuras humanas comienzan a botar allí donde ya hay sombra y se las ingenian para avanzar si ser derramados por los haces solares. Hace un tiempo, diez años quizás, las imágenes en el centro eran casi diferentes para el observador.
Un bocinazo histérico me recuerda que ya nada es apacible.
Tiempo atrás las cosas eran parecidas. Así las veredas contenían grupos de adolescentes que practicaban conversaciones simultáneas y superpuestas. Diálogos coloreados con insultos amistosos antaño ahora son condimentados con aparatos telefónicos.
Hay detrás de todo esto un sentimiento reiterado de exposición propio de los jóvenes, finalmente igual que siempre.
Con una óptica mas alejada de ese cuadro percibo ahora entonces las similitudes de ahora y antes. Así también descubro señales de cambio, caminando me encontré con pinceladas que me denuncian que el tiempo transcurrido es suficiente para las transformaciones del pueblo.
Avance por la vereda siguiendo a quienes esquivan el sol impiadoso y me encontré con un grupo de jóvenes que me extrajeron de mis distracciones. Ellos, tal vez concientes de lo que provocan, danzaban sin música elaborando pasos que requieren una destreza circense.
Al baile lo llaman Hip Hop según investigue al consultar a un Abuelo que miraba atentamente sentado a la sombra de un tilo, insistiendo el entendido que desistiera de utilizar la J por la H. “Es importado como lo fue en su momento otras danzas…” comento queriéndome tranquilizar.
“Pero este desafía las leyes naturales y sociales…” aventure gesticulando solo con mi mirada perpleja. Lo natural por girar al ritmo con la cabeza donde van los pies desafiando la Gravedad, y finalmente lo social porque no puedo imaginar de qué manera se danza y se dialoga al mismo tiempo como se podría con otros bailes.
Propio de estos tiempos el jaleo, concluyo para mis adentros, surge a consecuencia de un mejorado rendimiento de los desodorantes corporales, pienso que el Odorono de entonces no hubiera soportado tal exigencia y los aromas hubiesen sido definitivos en el éxito de tamaña empresa.
Sin salir de mi sorpresa y dando gracias a Dios de que pertenezco a la generación que bailaba al ritmo de los Loco Mía, avance.
Sin tregua otro grupo en dirección contraria me rodea, solo es un grupo de adolescentes que comulga con un estilo donde se privilegia la imagen. Nada nuevo pensé para escapar de la ideas fóbicas.
¿Acaso todos no hacemos lo mismo? Bueno, para ser sincero siento que estos niños ponen en juego la demarcación del límite del soportable setentoso que contiene mi ADN y abusando de tal renovación apuestan a un cambio estilista enfático.
Este mundo se rige con un acento pronunciado en la imagen, lo hacen las flores en el desierto apenas cae la única y breve lluvia, las aves con sus plumas coloridas se aseguran la procreación.
Pese a estar prevenido por los medios de la existencia de tribus urbana no esperaba que este pueblo ya los germinara. Así es que desafiando una visión libre con un frondoso flequillo multicolor, estos mozos se aventuran en colores suaves y estridentes repitiendo la formula.
Estos adolescentes adolecen como antaño y reconozcamos ciertas similitudes entre el actual jeans chupin alejado de la cadera y el jeans nevado amorfo de quince años atrás. Tremebundos ambos por si es necesario aclararlo.
Otros productos que han evolucionado en su diseño también lo han hecho en su uso. Me refiero al teléfono móvil. Caminando por este pueblo recuerdo que no era usual ver en la la cara de la gente a estos aparatos, tal vez no daba modificar un acto intimo para convertirlo completamente en un episodio expresamente publico.
Mas hoy pasa a ser un órgano, en este caso externo, del cuerpo humano. Un puente que no nos permite incomunicarnos con quien queremos relacionarnos o no. Las contradicciones lo están por aquí también, aventuro a creer que si el mensaje es de medio pelo porque no utilizar el papel circunspecto entre el imán y la puerta de la heladera. Ahora si la declaración reviste sustancia porque no desembarcarlo en una mesa de café sin mas limites que el aroma de la infusión.
Hay un grupo de consumidores de teléfonos, desafiando la idea original, que usan tal aparato presuntuoso, si me permiten agregar, para aislarse por completo al colocarse los auriculares para escuchar algo.
El pueblo cambia y camino por sus veredas escapando al calor. En el bar Firpo se reflota la idea alocada del canal hídrico que conecta la estación de trenes con el lago, emulando a las vías de Venecia publicado en algún medio digital, la idea era que los recién llegados en luna miel recorrieran el romántico acueducto. La polémica provoca sonrisas y en los desprevenidos sorpresa.
Sigo, el tiempo me sobra y busco en las vidrieras objetos que no necesito.
Hace unos meses apareció por aquí una tienda que responde a la movida de las transformaciones globales. Esta tienda vende productos del Oriente. Para envidia de Marco Polo, a la vuelta de la esquina, y en el se puede encontrar esferas musicales, figuras abstractas, telas, dragones y adornos típicos. Sabiendo de tal existencia me acerque al lugar para descubrir algún objeto nuevo.
Me allegue al vidrio para iniciar la exploración visual y la sorpresa fue tal que sentí la necesidad de alejarme inmediatamente. Ya nada es lo que es, había un sinnúmero de ángeles con alas pomposas bellísimas pero más propio de una santería judeo cristiana y no de un shop que adhiere a Confucio, al Hinduismo o a cualquier filosofía propia del Asia.
Este mundo anuncio cambios pese a que algunos ya sean de vieja data e inclusive con tonalidades próximas al fracaso. El desprevenido lo vive como algo nuevo a incorporar a las retinas sin más. Creyéndolo simpático adhiere al berretismo generalizado.
El desconfiado ve lo mismo y se previene, no adhiere, nunca se relajara y hasta pierda días de vida por tal postura infeliz.
Descuidadamente me tente y no supe filtrar cierto prejuicio. Es que nos cuesta Dejar Ser al Otro, invariablemente nos auto autorizamos a juzgar. Y no es un acto inocente. Conforme pasan los años nos recibimos de Verdugos implacables haciendo caso omiso a las despreocupaciones que gobernaban nuestros actos infantes.
La aprobación del prójimo pareciera esencial cuando olvidamos lo verdaderamente importante. Y con ello se pone en riesgo perder demasiado.
Todo es como antes, se busca incansablemente una renovación, incluso recorriendo el camino ya descartado. Cuenta la Ilusión que con su pureza nos salpica de esperanzas.

sábado, 28 de febrero de 2009

Explendidamente Cortazar

EL FUTURO
Y se muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.

martes, 20 de enero de 2009

Olvidos

Algunas personas mientras viven perfeccionan un modo de ser que se asocia a la falta de memoria. Así es que de pequeños tienen la incapacidad de hallar cosas que ellos mismos han visto ubicadas en determinado lugar.
Ya de grandes suelen olvidar el lugar en donde dejan los objetos inclusive los que no son importantes.
La pérdida de memoria se asocia a la reducción en número y complejidad de las dentritas. Estas son ramas de las neuronas que, a través de la sinapsis, reciben y procesan la información de otras células nerviosas. Esto sucede por una sencilla razón: falta de uso. Activar el cerebro es la solución escapando de la rutina, elaborarle “trampas” que modifiquen movimientos automáticos que repetimos cada día.
Los olvidos son hechos que mortifican, sobre todo si además se esta expuesto al observador, que a veces sin siquiera ser victima, con algún gesto nos desaprueba.
Una vez recurriendo a una fuente de ilustración como lo es el reverso en los tacos de los almanaques leí y comprendí el porque del dilema:
“El arte de recordar se asocia con el arte de observar. Fulano 2774 A. C. o contemporáneo, ya no me acuerdo. Pero que sabio che.
Hay personas que no solo olvidan los objetos sino también las personas. Entiéndase nombres, fechas de cumpleaños, rostros que se hacen desconocidos. Esto ya se convierte en un grave problema.
Sean objetos o sean personas estos olvidos llegaron para quedarse. Se debe aprender a convivir con las distracciones y con la desaprobación social por tal descuido.
Esto último me entusiasma por tomar partido por esta porción de la población desfavorecida. Y los excuso con el mismo entusiasmo que excuso a aquellas personas que sufren debilidades en otros terrenos.
Así como no es noble exigir que todos sepan mejorar la jugada de gol de Diego en el 86 a los belgas, o exhortar desafiar y oscurecer la obra de Juan Alberdi también debería ser inapropiado instar a recordar el rostro de la sobrina de un vecino.
Esto no es un capricho: nuestro cuerpo genera oxitocina que parece cumplir un papel importante a la hora de identificar a las personas: su función es reforzar las redes neuronales del cerebro implicadas en distintos disfrutes y la memoria social.
Ya inmerso en la investigación del tema descubro que los olvidos incluyen en realidad temas de difícil resolución. Nuestro cerebro sabiamente lo engloba como olvidos y así nos encontramos con Olvidos que en realidad no lo son y al aflorar laceran.
El pedido de disculpas retrasado,
La visita al medico para ver como nos encontramos,
El trabajo irresuelto en el hogar,
El trabajo demorado en nuestro empleo,
La metida de pata con algún conocido,
El no de una chica que nos gusta,
El helado en el frezzer,
La broma pesada en la adolescencia.

Todo tiene algo en común. Cada hecho nos recorre íntima e intermitentemente el cerebro por días y años. Lo recordamos imprevistamente o concientemente para que ellos nos mortifique por enésima vez.
El ser humano esta codificado en su cimiento de tal manera que no se permite el Olvido, solo se distrae para hacer llevadera las irresoluciones.
Y como todo recuerdo tiene un dejo de tristeza, entonces para que rebroten menos bochornos, sentimientos y desconsuelos la lista se engrosa sabiamente en el Olvido.