jueves, 23 de julio de 2009

Yo soy II

“dicen que el hombre no es hombre, mientras que no oye su nombre, de labios de una mujer. Puede ser”.

La anécdota se repite, la familia reunida desprevenida es testigo del comienzo y poco a poco voy quedando solo junto a la cuentista.
Cuando se aproxima mi cumpleaños, cuando la nostalgia invade la sobremesa, o solo para recordar lo que probablemente ha sido un momento feliz de mi mama Consuelo completa con las mismas palabras cual grabación cada etapa previa a mi nacimiento.
Ella detalladamente me reitera como fueron los días previos a mi nacimiento.
Lo extraño es que le pifiaron con la fecha tentativa de venida y la espera se convirtió en semanas internados. La expectativa existió aunque no era el primer nieto, si el primer hijo.
Fue para el año 1974, un seis de Junio, parece que próximo a las dieciséis horas por parto natural el Dr. Martín junto a (una sola) la enfermera Nieves, el pediatra José Maria y afuera mas nerviosos mi papa Rubén, mis abuelos “Morocha”, Adela, Benito y Reynaldo.

Las opciones de nombre variaban en Lucas o Cristian, Leandro como 3º opción sin chances. Por suerte no nací en los tiempos donde Roma era la capital del mundo. Entre la plebe y los esclavos de la época era frecuente para denominar a los hijos la simple enumeración según el orden de nacimiento. Primus, Secundus, Tertius y al último Firmus que significa: me paro.
Finalmente tras asociar los nombres que tenían más posibilidades con personajes locales con desilachada fama, por descarte me pusieron como nombre de pila Leandro. Tradicionalmente se lo denomina así al nombre porque se impone en el momento del bautizo, como nombre de pila, en referencia a la pila bautismal. A mi me bautizaron como a los ocho años por insistencia de una abuela. Que extraño me sentí cuando un cura me tiro vaya a saber que cosa en la cabeza, que acto injusto cometido al no tener en cuenta que podía pensar al respecto.
Para ser sincero mi nombre es compuesto: Leandro Rubén.
En España del 1600 surgió la costumbre de los nombres compuestos. En los tiempos de Juan Carlos I se puso de moda y cientos de años después Latinoamérica sigue traduciendo el modelo.
Que nadie se sienta mal pues los españoles tiempo atrás adoptaban nombres germánicos porque daba cierto realce social. Ligados a la entrada en la península de los visigodos que rápidamente constituyeron parte de la clase dominante. La superficialidad siempre existió.
Los pueblos celtas y germánicos señalaron en sus nombres las virtudes relacionadas con el mérito guerrero y extendieron este tipo de nombres por Europa durante las invasiones bárbaras del siglo V.
A los pocos años de vida mi querida tía Graciela me apodo como no podía ser de otra manera Titi. Algo que no sobrevivió por mucho tiempo. Mama Consuelo se aterraba que sobreviviera tal apodo, todavía lo recuerda.
En el Secundario mis compañeros y amigos me reconocían como Calvin por ser portador de un pantalón de la marca en cuestión. Esto prevaleció durante mi adolescencia y lo adopte a regañadientes para luego con los años convertirse en mi denominación en el pueblo.
El apodo es aplicado a una persona, sobre todo en los pueblos que se trasmite inclusive entre generaciones. A diferencia del sobrenombre que es un nombre calificativo que se añade al nombre de la persona. Bien podría haber sido Leandro “el cabezón”.

Algunos maestros nunca supieron llamarme por mi verdadero nombre y me decían coincidentemente Leonardo, o su diminutivo Leo. Sospecho que hasta con cierta malicia se habrían complotado para borrar mi identidad que nunca debió cambiar de Lucas a Leandro.
Ya de mas grande alguien me dijo Lean y me gusto como sonaba pero poco apoco el nombre Leandro empezó a ganar terreno. Ya en la actualidad producto de mi edad y por la formalidad del trabajo anunciarme con mi apellido parece cobrar fuerza definitivamente.
Nunca tuve un alias, esto equivale en latín a por otro nombre. Se antepone al sobrenombre con el que se es conocido. Lo que podría ser para satisfacción de algún profe del secundario “Lucas” el “Leo”.
Y por ahora creo no será necesario un seudónimo que para aclarar es el nombre empleado en lugar del verdadero para ocultar la identidad.
Ese soy, un tal Leandro Rubén que vivió en Indio Rico pero ahora desanda su historia por Tandil. Si este momento fuese la Edad Media, no solo que no tendría un blog, mas que todo por la ausencia de electricidad, bien sabido es que las computadoras ya existian... sino que usaría únicamente el nombre de pila y debería adoptar una indicación relativa al lugar donde vivo, al trabajo que realizo, o a cualquier otro rasgo característico. No me imagino como Leandro de Tandil, por suerte adopte el apellido de mi papa siendo ya la sexta (exagerando tal vez) generacion criolla.
Mi nombre: Leandro, una breve salida de aire que combinan con las cuerdas y surge un significado con tonalidades según quien lo escuche. Un acto simple que revela recuerdos, para otros la nada, para pocos silencios, para algunos desconozco. ¿Pensaste que provoca tu nombre en algunas personas?
Antonio Machado puso la voz de alerta en mis pupilas con dicha frase:
“dicen que el hombre no es hombre, mientras que no oye su nombre, de labios de una mujer. Puede ser.
Pues digo: Que daría por volver a escuchar de tus labios mi nombre. ¿Podrá ser?

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